miércoles, 28 de julio de 2010

Lanzaco, "La cultura japonesa reflejada en su lengua" (2010)

Nuestro colega niponólogo Federico Lanzaco, autor señero de obras como:
- Los valores estéticos en la cultura clásica japonesa, Verbum 2009
- Introducción a la cultura japonesa: Pensamiento y Religión, UVA 2005,
nos regala en su última publicación un interesante ensayo sobre curiosidades de la lengua japonesa, dirigido a estudiantes de lengua que han superado ya el nivel básico, y estudiosos de las diferencias culturales, en particular la japonesa.
El ensayo está bien articulado, no deja ningún área lingüística importante sin tocar, y dedica una gran parte de sus reflexiones al tema de la escritura y sobre todo la pragmática, en contextos culturales que el autor recoge de su larga experiencia como niponólogo y como intermediario cultural y empresarial con japoneses.
Esta edición en Verbum ofrece tablas y anexos que hacen, además de interesante, útil el uso de este ensayo para estudiantes de la lengua japonesa, que lógicamente se interrogan por la cultura. En un formato manejable y precio asequible.
Es una obra de madurez, fruto de muchos años de experiencia. Celebramos su aparición en nuestro panorama editorial.

Juan Masiá, in honorem

Leo con estupor las recientes noticias de prensa sobre la caza de brujas a que está siendo sometido el jesuita profesor de ética y niponólogo, Juan Masiá. Le he conocido en una sola ocasión, y he mantenido un breve contacto de intercambio, y como colega he de lamentar profundamente que este especialista en pensamiento ético japonés no sólo no obtenga el debido reconocimiento que merece en nuestro país, sino que sea perseguido intelectualmente por hereje.
No sé como teólogo, pero como niponólogo su trabajo es intachable e inspirador de nuevas generaciones. Yo me inicié en la niponología gracias al estímulo de otro jesuita, otro hereje de la moral de la orden, que optó por colgar los hábitos y desposar a una japonesa, tener hijos muy guapos, y buscar discípulos. Le fue mejor que en un enfrentamiento estéril con la jerarquía.
A Masiá le debemos en España:
- El sutra del Loto, en Sígueme 2009
- Aprender de oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado, Desclée de Brouwer 2008
- El Dharma y el Espíritu, con Suzuki Kotaro, en Promoción Popular Cristiana 2008
- Pararse a contemplar: Manual de espiritualidad del budismo Tendai, del maestro Zhiyi, en excelente versión al castellano, Sígueme 2007.
- Antropología del paisaje: Climas, culturas y religiones, del filósofo Watsuji Tetsuro, en versión castellana de Sígueme 2006.
- Pensar desde la nada: Ensayos de filosofía oriental, selección de escritos de Nishida Kitaro, en versión castellana de 2006.
- El despertar de la fe, traducción del clásico en Sígueme 2003,
sólo en el área niponológica. Con este palmarés se hace irrelevante su posible conflictividad teológica. Masiá merece el reconocimiento debido a los que trabajan incansablemente para dar a conocer en nuestro ámbito cultural textos y autores de una importancia enorme en una historia global del pensamiento y la cultura intelectual.
Como eso, como el gran intelectual que es, reciba desde esta página nuestro sincero homenaje.

lunes, 19 de julio de 2010

Brecht y "La Judith de Shimoda"

En "La Judith de Shimoda" (Die Judith von Shimoda, 1940; Alianza 2010), Brecht hace homenaje simultáneo a la figura de la Judith judía y al autor dramático japonés Yamamoto Yuzo, en una versión universalista de la heroína que enfatiza su tono feminista y trágico. También en Japón una mujer del pueblo es utilizada por su sobresaliente carisma personal para fines diseñados por la alta política, y cual títere es desechada e incluso victimizada. Una heroína convertida en chivo expiatorio nacional, al estilo también de una Juana de Arco o una Mariana Pineda. Con la diferencia de que el mundo moderno del capitalismo internacional no ofrece una causa a Okichi en la que creer, sino tan sólo una razón de estado por la que sacrificar su virginidad y a cambio perder para siempre su dignidad humana. Los americanos quedan retratados como el poder del militarismo hegemónico, y los japoneses como unos políticos que no dudan en entregar a lo mejor de su nación para evitar la agresión. Okichi, que representa al pueblo en su momento prístino de pureza, es incluso objeto de escarnio popular por la masa ignorante e insensible, que la excluye del seno de su comunidad natural. Proletariado del proletariado, Okichi es despojada de identidad nacional y personal, y proyectada a un exterior existencial como paria del mundo.

lunes, 12 de julio de 2010

Unas líneas sobre mi vida en un templo zen de Nagasaki, por Vicente Haya

Un silencio que huele a musgo:

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/7b/Nagasaki_Kofukuji_M5667.jpg

El lugar donde se encuentra Kôfukuji es verdaderamente excepcional: rodeado de cientos de miles de tumbas bajo la montaña Kazagashira, en la calle de los templos, imposible de determinar en qué punto de la frontera entre lo vivo y lo muerto. Dentro de los terrenos de Kôfukuji, y ya entemetidas entre las tumbas, hay unas pocas casas; casas de gentes silenciosas hasta donde no puede imaginarse, seres humanos que ya son budas. El tiempo pasa eterno: Allâh se muestra. Un gato sin cola se desliza bajo la ventana, sin darse cuenta de que lo observo; el mundo al revés: el mundo como siempre debí haber estado en él. Imperceptible. Casi cualquier acción humana, casi cualquier pensamiento, rompe la armonía. Los seres humanos dejan de ser rentables para la sociedad de consumo, como Hôsai:

豆を煮つめる自分の一日だった

Mame o nitsumeru jibun no ichinichi datta

Hervir las semillas de soja.
Eso fue lo que hice
en todo un día.

Los yines, los genios y los shaitanes se han quedado abajo en la ciudad, en la otra punta del río. Excepcionalmente, alguno llega hasta los templos pidiendo compasión y el abad Matsuo los cura. El otro día, un extranjero de cara sonrosada asomó la cabeza por mi ventana mientras yo rezaba ante el bambú. Me asusté; no dije nada. Buscó una palabra en japonés para decirme. Finalmente, balbuceó: “almeja”. Me encogí de hombros y cerré los ojos. No tenemos la obligación de entender todo lo que ocurre. Pero sé que sólo los yines odian la intimidad y miran dentro de las casa ajenas. Se fue con su ruido y seguí adorando a Allâh en el bambú.

Satán es el ruido. Por eso no podemos quejarnos del silencio de Dios. Aquí su silencio que huele a musgo. Tiene entremezclados algunos sonidos, que también son silencio: un anciano a lo lejos cava unas estacas en la tierra, el bambú se roza al viento, el sonido lejano de niños que juegan junto al río, las gotas desiguales de la lluvia, el milano reclama su comida, una escoba barriendo hojas secas…, nada, nada, oír el lento crecimiento de las cosas, vivas y muertas. A cada kilómetro un árbol centenario hunde sus raíces entre las tumbas, como si se nutriera del silencio de todos nosotros, una pobre comunidad de vivos y muertos en la que los vivos estamos en clara minoría.

En cierta ocasión, una mujer mirando a las tumbas me dijo: “Ellas te protegen”. Es verdad que aquí te sientes protegido, sin hacer nada. En agradecimiento, subo al caer la tarde a pedir por los difuntos. Cuando un amigo japonés me preguntó a qué subía, le dije: Hotoke no tamé tanomimasu. En seguida me dí cuenta de que esta frase es ambigua, pues no sólo significa “Pido por los muertos”, sino también “Pido por el Buda”. Y me autocorregí: “¡Qué tontería he dicho! Pedir por el Buda…” (esta vez usé una palabra para “Buda” que no era equívoca: Shakka). «El Buda –me contestó mi amigo- necesita que pidamos por Él». Hotoke no tamé tanomimasu, en japonés antiguo, también significa: “Gracias al Buda puedo pedir”. Las palabras, cuando sumadas conforman un silencio, nos sitúan más allá de donde creíamos que nos llevarían. Ese silencio no es un no-decir, sino una forma distinta de nombrar las cosas. Es verdad que nuestras revelaciones en Occidente son palabra. El Dios que se comunica con nosotros necesita la palabra para mostrar que la conciencia no debe llenarse de palabras. En Oriente, la Revelación es sin palabras porque aquí la gente tampoco las necesita. A este decir sin decir de los japoneses le llaman el “arte del hara”(haragei), el arte de hablar con las tripas. Nuestras categorías occidentales no sirven aquí; las categorías de aquí no sirven allí. Aún recuerdo al Padre Masiá en Comillas diciendo con una sonrisa: “Cuando encuentres al Buda, mátalo”, y también recuerdo la cara que puso el Rector de Comillas al escucharlo. Oriente nos obliga a replantearnoslo todo. Los jesuitas de Japón lo saben bien. Decía el Padre Pitau, hablando del Padre Enomilla-Lasalle, ambos jesuitas: “No es que no crea en los dogmas… ¡Es que no cree en el principio de no-contradicción!”. Sin la lógica de la Verdad, el creyente occidental se siente perdido. Oriente es una reeducación para todos nosotros. Una reeducación que no necesita de palabras, de verdades ni de dogmas. En tres meses, el abad del monasterio zen de Kôfukuji no ha pronunciado en mi presencia ni una sola vez la palabra “zen” ni me ha explicado absolutamente nada de aquello en que cree.

Hay un sinnúmero de razones por las que un creyente puede necesitar pasar una larga temporada en un templo japonés. El hastío de los dogmas y las verdades a las que a veces reducimos nuestras tradiciones espirituales puede ser una de ellas. Pero, para mí, la verdadera razón es haber encontrado un lugar donde se me hace cercana y cotidiana la intimidad con los muertos. Antiguamente, los sufíes seguían la vía de los muertos, y se iban a vivir a los cementerios. Necesitamos conocer todas las formas de la cortesía para que el mundo nos permita entrar en su seno. La cortesía con los vivos es diferente de la cortesía con los muertos. Ellos te enseñan otro modo de estar. A los muertos es imposible engañarlos. Al igual que ellos no son lo que creían ser cuando vivían sino que son lo que hicieron, ante ellos tú eres lo que haces. Y, si no aceptan lo que eres, te expulsan. Tratar de vivir en un templo budista no tiene sentido. A los templos budistas no se viene a vivir. Se viene a morir, o se viene porque de alguna forma estás muerto. Buscas la muerte para encontrar la resurrección.
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Si te interesa el haiku, visita

http://blogs.periodistadigital.com/elalmadelhaiku.php

sábado, 10 de julio de 2010

"La oruga" de Edogawa Ranpo

El relato “La oruga” (Imomushi, 1929), de Ranpo, el Poe japonés, está escrito el mismo año que “Kani kosen”. Pasamos así del terror del realismo colectivo, al terror del mundo privado de Tokiko, en un Japón que prepara el horror del delirio político-militar de preguerra. “La oruga” lleva nuestra realidad cotidiana a uno de sus límites, y como es propio de la maestría de Ranpo, nos sitúa en ese espacio liminal donde nuestra imaginación, desatada y acuciada por la presión de la realidad, ocupa un gran espacio de nuestra conciencia, y contribuye a nuestra tortura. Incluso el eros acusa la distorsión, y Tokiko vive una fantasía dantesca.


"Esta increíble escena erótica trajo a la memoria de Tokiko la ilustración de una postal donde se representaba un pasaje del Infierno de Dante; pero, a pesar de todo, mientras su mente divagaba, el desagradable y repulsivo abrazo de la pareja pareció excitar todas sus pasiones reprimidas y paralizar sus nervios" (en Relatos japoneses de misterio e imaginación, Ediciones Jaguar 2007, p. 79)

Puede ser una visión del segundo círculo, el de los amantes que sucumben a la pasión más allá de los límites de la razón. Ranpo invierte la lógica de Dante. No el horror a que condena la pasión amorosa, sino la pasión amorosa convertida en un círculo de terror, unos cuerpos suspendidos en un gran vacío y entrelazados, como las sombras de los amantes en el torbellino que presencia Dante, y que sintiéndose desfallecer cae como un cuerpo muerto.

jueves, 8 de julio de 2010

De qué habla Murakami cuando habla de correr


En espera de la entrega de la esperada traducción al castellano de la nueva novela larga de Murakami, "1Q84", que debe estar ya casi terminada, podemos quitarnos el mono murakamiano con la única traducción de no ficción escrita por Murakami hasta la fecha ("De qué hablo cuando hablo de correr", Hashiru koto ni tsuite kataru toki ni kataru koto, 2007, Tusquets 2010). Lo cual es novedoso y de agradecer ya de por sí, pues nuestras editoriales apenas tienen espacio para cubrir ensayo de los novelistas afamados. De Oe solo una especia de autobiografía familiar ("Un amor especial") y alguna conferencia rara en volúmenes académicos, de clásicos como Soseki, Ogai o Kawabata nada. Del último sólo la correspondencia con Mishima. De Mishima algo más, sale bien parado comparativamente. De Shimada nada de nada, así que nuestra imagen de los narradores japoneses es muy incompleta, pues no tenemos idea de sus escritos más comprometidos con los problemas de su tiempo, ni de la importancia que tiene en la historia de la literatura japonesa la crítica literario-cultural, que tradicionalmente ha acompañado a la narrativa y la poesía.
Murakami inspira el título de su diario de corredor reconocidamente en la antología de Raymond Carver que lleva el título del relato "De qué hablamos cuando hablamos de amor". Murakami es un enamorado de Carver, y es el traductor de la obra completa del narrador americano al japonés. Yo creo que le gusta porque Murakami no puede escribir igual, pero le interesa igualmente el setting de las situaciones absolutamente cotidianas. Lo extraordinario para el ser humano anida dentro de la estricta cotidianidad, en esto coinciden ambos autores en gran parte de su narrativa. Pero si comparamos el enfoque del relato de Carver y el del diario de Murakami, llama la atención inmediatamente el objetivismo de Carver frente al acendrado narcisismo del japonés. Este diario de Murakami tiene algún momento bueno, como siempre en este autor, pero no es especialmente interesante saber cómo reacciona su cuerpo ante la idea de forjar una determinado modelo de corporalidad individual, y someterlo a una presión que se transforma a ratos en diálogo. Murakami es radicalmente honesto, y por ello escriba lo que escriba tiene interés. No pretende vendernos su ego, pues su sentido de identidad no está asociado a sus raíces ni a su condición de escritor. Curiosamente se muestra sobre todo en una especie de obsesión por su cuerpo. Este diario nos descubre una faceta de Murakami que no habíamos percibido hasta ahora y que nos revela un fuerte narcisismo de raíces seguramente en su propia infancia, por lo que debemos agradecerle esta muestra de sinceridad.
Si en el relato de Carver los personajes hablan entre ellos, en un espacio de reflexión común, en el diario íntimo de Murakami, éste habla con su cuerpo como un otro, y consigo mismo como un yo. Otros personajes aparecen sólo en un fondo un tanto apagado. Quizá es lo propio de la tradición japonesa del nikki, el terreno de la individualidad por antonomasia en un espacio cultural dominado por lo público.