miércoles, 25 de agosto de 2010

Inoue "Los remiendos del padre Mokkinpotto"

"¿No sería acaso que la carta de recomendación estaba poniendo al descubierto aquel suceso en que, de entre los libros extranjeros donados por el ejército de ocupación, en una bolsa de lona robamos la Historia de los Estados Unidos para niños, las Obras completas de Dickens y las Obras completas de Shakespeare, y fuimos a malbaratarlos a la calle de librerías de viejo frente a la entrada principal de la Universidad de Tohoku, y después, con la boca reventar de inari-zushi y demás cosas compradas en el mercado negro frente a la estación, nos fuimos a ver películas a varios cines?" (p. 160)
Qué delicia de párrafo. Qué absoluta irreverencia frente a la gran tradición anglosajona. Qué pasión por el cine y la cultura visual. Hisashi Inoue  (1934-2010) murió el pasado mes de abril dejando un legado de relato cómico en el sentido de la tradición de Edo, es decir en la estela de la gran tradición de Shikitei Sanba (1776-1822) y el ukiyozoshi, ese género japonés de difícil homologación a la novela europea.
El breve relato sobre el cura francés Mokkinpotto (Mockingpot, quizá?) y su esperpéntica figura en un Tokio de barrios herederos de la cultura ukiyo, la cultura del placer, es delicioso. Me trae a la mente la primera novelística del gran Soseki, de Botchan a Sanshiro. Uno de los pocos restos en el siglo XX de la gran tradición narrativa de Edo.
Vaya de aquí nuestro pequeño homenaje y mi agradecimiento a nuestro colega Guillermo Quartucci que nos ha provisto generosamente del ejemplar donde se incluye: "Antología de la narrativa japonesa de posguerra" (A. Tanabe ed., Mexico: Premià 1989).

jueves, 19 de agosto de 2010

Ian Buruma (2008) "La amante china"

"El kimono de Yoshiko estaba hecho como un traje de noche occidental, con corchetes y botones. Y su maquillaje era muy poco habitual; Isamu dijo que se había inspirado en La historia de Genji. Ella parecía una exquisita muñeca japonesa con el rostro pintado de blanco, con labios rojo brillante, como pétalos de rosa, y las cejas pintadas en la frente, como dos polillas gemelas, al estilo de una dama de la corte del siglo XX" (querrá decir XI, p. 248).
Las palabras clave en esta cita son "occidental" y "japonesa". Lo que le fascina a Buruma de este personaje histórico, Yoshiko Yamaguchi (Yoshiko Otaka, 1920-) es su carácter híbrido de japonesa-china (Li Xianglan)-occidental (Shirley Yamaguchi), gracias al cual representa una iconicidad múltiple, encarnando lo mejor de las tres culturas. De alguna manera nuestro autor se siente representado idealmente en este personaje, siendo él mismo de origen europeo (anglo-holandés), habiendo estudiado literatura china, y estando casado con una japonesa.
Lo mejor de esta novela es su entronque histórico, por el cual Buruma da un repaso al Japón de tres periodos: preguerra-guerra, ocupación americana, años sesenta-setenta. Buruma tiene la libertad de un buen periodista que maneja muchos tipos de fuentes.
Lo peor es que Buruma está anclado en los estereotipos occidente-Japón, y tiene dificultad para salir fuera del hechizo de la literatura del nihonjin-ron (discurso sobre "los japoneses"), que resulta poco convincente a estas alturas, y ya un poco desfasado.
Ian Buruma es autor de títulos como "Occidentalismo: Breve historia del sentimiento antioccidental" y "La creación de Japón: 1853-1964", el primero de gran interés para una historia de las civilizaciones, y el segundo para una historia del Japón contemporáneo. Ambos más recomendables que su novelística.
Duomo Ediciones anuncia la próxima publicación de "The Wages of Guilt: Memories of War in Germany and Japan" (1994), que promete ser de interés para nosotros los niponólogos.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Kurosawa nunca estuvo solo

Seguro que si le pedimos a algún aficionado cinematográfico que recuerde algunos de los grandes directores clásicos enseguida citaría, a poco que se esforzara, unos cuantos: Welles, Chaplin, Hitchcock, Godard, Truffaut, Rhomer, Visconti, Fellini; Polanski, Bergman… y seguro que añadiría algunos iconos de la época sin dificultad: Gene Kelly; Brando; Marilyn; James Dean; Clark Gable; Garbo… Un buen aficionado además, debería citar sin dudar a Kurosawa.
En cualquier publicación sobre la historia del cine, siempre como contrapunto al amplio abanico occidental se destaca el trío japonés formado por Ozu, Mizoguchi y Kurosawa. Esto hace que la balanza esté descompensada. Porque si realmente se conociese mejor el cine japonés, la lista aumentaría considerablemente. Tan sólo en las décadas de los 50 y los 60, hay varias docenas de obras maestras inapelables
          Se cumple este año el aniversario del nacimiento de Kurosawa. Los actos y homenajes previstos se han visto oscurecidos por el hundimiento de su fundación en Japón y el enjuiciamiento por malversación de fondos de su hijo, encargado de dirigirla. Eso ha hecho que, a nivel internacional, cada quién haya llevado a cabo actividades de celebración y homenaje de forma aislada y descoordinada. Nosotros no podíamos dejar pasar la oportunidad, aunque sea de esta forma tan modesta. Nadie duda de la grandeza de este director, reconocido a nivel internacional. Sin embargo, homenajearlo en el centenario de su nacimiento aislándolo de su contexto, de su época y de sus coetáneos me parece injusto. Se destacan las grandes influencias que tuvo sobre otros directores occidentales; sus innovaciones técnicas y su obsesiva y perfeccionista personalidad que le hacía vivir, literalmente, en función del cine.  
          Cualquier comentario que yo pudiese hacer sobre Kurosawa, seguro que ya ha sido expresado por plumas más expertas que la mía. Así que mi particular homenaje consistirá en repasar algunos de los directores y películas que acompañaron paralelamente a Kurosawa en su época para matizar su grandeza en el contexto que le corresponde. Porque un genio aislado, es eso, un genio aislado. Pero un genio rodeado de genios forma parte de algo más profundo que merece la pena ser estudiado y conocido. Mi hipótesis es que su fama y reconocimiento en Occidente son un buen ejemplo de la arbitrariedad y el capricho con el que el cine de una cultura se exporta y es asimilado por otra. Su películas han sido las más distribuidas y conocidas en Occidente. Algo que no ocurrió con algunos de sus colegas, que no han sido reconocidos hasta veinte y treinta años después del estreno de sus películas en Japón a pesar de sus indiscutibles méritos.
          Kurosawa abre el mercado occidental al cine japonés con “Rashomon” (1950) . Kôzaburô Yoshimura, estrena el mayor éxito de taquilla de Japón hasta la fecha, en 1951: “Genji Monogatari”, adaptación fiel de la gran obra homónima. Mizoguchi, causa sensación en 1953 con “Cuentos de la luna pálida de agosto” y en 1954 con “El intendente Sansho”. A pesar de que llevaba ya una larga lista de éxitos en Japón. Ozu no es reconocido hasta los 70; 10 años después de su muerte. Y su obra ha ido ganando en relevancia desde entonces, a medida que se ha ido conociendo. “Cuentos de Tokio” (1953) es una muestra de su grandeza. Sô Yamamura, actor reconvertido en director, rueda, produce y protagoniza la magnífica pero poco conocida “Kanikosen” (1953) adaptación de la novela (comentada en el blog hace poco). De realismo descarnado, y censurada por el régimen militarista de la época, posee algunas escenas memorables. Una de ellas homenaje a otra del “Acorazado Potemkin”, de Eisenstein (1925).
          La cinta de Teinosuke Kinugasa "La puerta del infierno" gana la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes, un Oscar al mejor diseño de vestuario y Oscar a la mejor película extranjera estrenada en EEUU en 1954.  (Este es el año de "Los siete Samurais" y de "Godzilla"). Hiroshi Inagaki con "Miyamoto Musashi" gana un Oscar especial a la mejor película extranjera. Kon Ichikawa es premiado por “El arpa birmana” (1956). En 1958 el largometraje de Hiroshi Inagaki, "El hombre del carrito", gana el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia. En 1962, aparece por primera vez Zatôichi, personaje carismático, masajista pobre e invidente pero espadachín letal, que aparecerá en una treintena de películas y en series de televisión durante más de 27 años. La última ocasión en la que hemos podido verle ha sido en la cinta de Kitano "Zatôichi", en 2003.
Por no acabar con la paciencia del lector ni el espacio razonable de una entrada, acabaré diciendo que en la década de los sesenta, estalla el boom del cine de mostruos ("Kaiju eiga") y la denominada "Taiyozoku" o Nueva ola, llena de películas experimentales, sin olvidarnos de las películas de samurais ("Chanbara" y "Jidai-geki"), que no han dejado de producirse nunca en mayor o menor medida.
          No extraña que a estos años se les conozca como la “Edad de Oro” del cine japonés debido a la consecución de logros artísticos y comerciales de forma simultánea que, además en términos de volumen de producción no tiene parangón en ningún otro lugar del mundo.
          Kurosawa demostró sobradamente no sólo la maestría técnica en sus creaciones sino un profundo amor a la expresión estética y psicológica en contenidos y personajes. Pero sus coetáneos no fueron meros comparsas. Por eso es fundamental mantener una perspectiva más amplia al hablar de la genialidad de Kurosawa. Para poder situarlo mejor en el espectro nipón con respecto a sus referentes más cercanos. Después ya podremos volver a nuestro espectro occidental y maniestar opiniones desde un conocimiento más global; menos pobre; menos desconsiderado hacia las creaciones artísticas no occidentales. Sólo de esa manera se puede ser justo con él y con los demás.
          Mi película favorita de Kurosawa es, rotundamente “Los siete samurais” (Sichinin no samurai). No es la más compleja, ni la más elaborada, ni la más innovadora. Sin embargo encierra toda una declaración de principios. El manejo de los tiempos y la tensión. La profundidad en el retrato de los personajes y la estructura perfectamente compuesta, hacen que la disfrute cada vez que la veo. La escena de lucha bajo la lluvia torrencial con un Mifune inmenso, es sencillamente perfecta.
         Para terminar esta entrada, y a modo de ejemplo que puede ilustrar mi postura, merece la pena comentar que esta semana ha aparecido en “El País”, bajo el título “Las películas que cambiaron su vida” un listado, producto de una encuesta hecha a cien profesionales del cine hispanoamericano. El cine japonés aparece, por primera vez, en el puesto número 70 representado por “Los siete samurais” y en el 82 “Rashomon”, de Kurosawa. En el 89, “Cuentos de la Luna Pálida” de Mizoguchi.
          Si quereis ver las que aparecen y hacer comentarios, aquí podeis ver el listado:
Ya se que es una lista basada en los gustos y preferencias de los encuestados pero no me puedo creer algunas de las que aparecen por delante de estas tres.

Por cierto, después de esta entrada, creo que intentaré crear una serie, y me dedicaré a repasar la historia del cine japonés. Porque es imposible saber dónde estamos si no sabemos de dónde venimos.